Como remarque en el blog pasado, la crisis de la pandemia COVID-19 en México no ocurre en un contexto libre de desigualdad de género, por el contrario, las debilidades que el país concentra sobre esta temática actúan como un detonador de los efectos de la crisis y vienen a cuestionar la posibilidad inmediata de seguir progresando en materia de Desarrollo Humano. Las áreas que se observan más vulneradas en materia de desigualdad de género derivado de la pandemia en el país son el empleo y el ingreso, las prácticas de cuidado y la violencia. Estas 3 áreas a su vez tienen impactos en materia de salud, limitando el acceso a esta en mayor proporción a las mujeres y, exponiéndose de manera particular al posible contagio.
El Empleo y el ingreso debilitado de las mujeres.
Existen diversos factores preexistentes que, ante la crisis por la pandemia han perjudicado en mayor proporción el empleo y el ingreso de las mujeres. Mucho se ha dicho sobre las duras afectaciones que las medidas de distanciamiento han presentado para el sector informal que, en México, ocupa a más de la mitad de la población económicamente activa. El abandono o reducción forzada del empleo provocó una contracción sustancial de los ingresos de millones de personas. A la par, en el caso de muchas de ellas, se expusieron a mayor riesgo de contagio por tener que mantener una actividad, aún fuertemente reducida, para satisfacer necesidades básicas diariamente. Esta situación se agudiza para las mujeres, en virtud de que la tasa de informalidad de estas es mayor que la de los hombres, como lo mencione antes. Si no se considera al sector agropecuario, la brecha se profundiza, la tasa de informalidad de las mujeres es de 56.6% y la de los hombres es de 48.4%. Lo anterior implica que las mujeres que trabajan en la informalidad, en mayor proporción que los hombres, disponen de menores prestaciones en caso de contraer el COVID-19, así como de menores ingresos y ahorros para enfrentar las crisis económica.
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